Los defectos (¿las babas?) de la Iglesia

En estos últimos tiempos, TSN parece haberse convertido en un sumidero a donde van a parar todas las quejas y los lamentos acerca de “la iglesia”. No estoy diciendo que no se correspondan con una realidad trágicamente comprobable en una porción significativa de la cristiandad contemporánea. Tampoco estoy proponiendo que echemos un manto de piedad sobre sus defectos sin sacarlos a la luz para corregirlos mientras sea posible. No propongo una defensa corporativa y ciega de la Institución, ni ensayo frases admonitorias contra los que se atreven a quejarse. Nada de eso.

Propongo, simplemente, intentar un sencillo ejercicio teológico, que podría comenzar con el siguiente disparador:

¿De qué hablamos, cuando hablamos de “Iglesia”? ¿Qué entendemos por “Iglesia”, cuando marcamos sus errores históricos? ¿Qué es la “Iglesia”? De nuestra definición de “Iglesia” dependerá la posición que adoptemos para nuestra crítica. Esto es: si trazamos los límites demarcatorios entre lo que es y no es la “Iglesia”, sabremos a priori si cuando hablamos de ella lo hacemos desde adentro o desde afuera. Y este no es un dato menor a la hora de las críticas.

Hans Küng hace un aporte interesante al tema al señalar que hay una esencia de “Iglesia”, pero no en “inmovilidad metafísica” (cito), sino en una forma histórica perpetuamente mudable.

Es decir que no podemos hablar, según Küng, de una idea de “iglesia” al modo de las ideas platónicas, de existencia previa y separada a su concreción histórica, cuya existencia en el mundo real implicaría un ajuste o un desajuste a ese mundo ideal de las cosas en sí.

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